Lunes 2 de noviembre
Los días de lluvia son tan lúgubres
aquí. Es contradictorio que una ciudad tan viva se pueda ver tan mortuoria al
peor extremo. Mi barrio suele verse peor de lo que es cuando llueve, la gente a
su alrededor más gris de lo que ya estoy acostumbrado. Cesar así me saludan por
aquí, como si fuera local que aún no me siento, intento disimula la incomodidad
y el hastío que me produce al escuchar el acento que patina y las costumbres
que me diferencian. Me motiva esperarla
a ella, a Sheila, la niña de los ojos alegres, ha sido una suerte conocerla
entre tanto zombi.
Tierra de nadie, allí me
encuentro. Oriol siempre me llama de manera inoportuna, me conversa sobre una
bendita inversión que, honestamente, no entiendo. En días como hoy, donde el frio
se cuela por los huesos, el gris sobrepasa el azul cotidiano, las impertinentes
ancianas se atraviesan en las aceras y los infaltables mojones de los perros
que abundan, todos cooperan para abrazar
el asco que siendo al caminar por esta ciudad.
Mañana se verá, si Sheila me
ilumina la mirada, si mi teléfono deja de sonar y finalmente, y con un poco de
suerte, me despierto mujer en esta cama, siendo Susan y estando en nunca jamás.
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